FanFic

Algunos de los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, podre unir mi vida al hombre de mis sueños, Edward.

martes, 24 de mayo de 2011

3. Fuerza de Voluntad


"No es tan fácil ser niñera"
By LadyCornamenta
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"Dios mío, dame paciencia… ¡Pero dámela ya!"


Afortunadamente para la joven Bella, la odisea del centro comercial no había durado demasiado. Pronto Alice había conseguido todas las telas que deseaba, además de un bonito par de zapatos azules que, según sus palabras, habían robado su corazón desde el primer momento en el que los había visto. Con unas cuantas bolsas y una buena dosis de café dentro del cuerpo de Bella, con el fin de tolerar mejor la espera y las constantes insinuaciones de Edward, los tres emprendieron el viaje de vuelta. Bella volvió a cerrar los ojos y a aferrarse a su asiento en cuanto el muchacho comenzó a conducir. Llegaron antes de que pudiera sufrir una crisis nerviosa y, casi en un tiempo imposible, la joven Swan ya se encontraba de pie en la entrada de la casa.

-¿Disfrutaste del paseo, querida nana? -preguntó Edward, claramente divertido con la situación.

-Recuérdame nunca más volver a subirme en ese endemoniado automóvil -masculló Bella, antes de abrir la puerta de entrada.

La pequeña Alice salió disparada hacia su habitación, con las bolsas entre sus manos. Edward, por el contrario, entró a la casa con paso lento, y, después de dejar las llaves de su automóvil, se acomodó en el sofá de la sala. Bella se dirigió a la cocina, dispuesta a preparar la cena antes de que Esme y su esposo llegaran a su hogar. Revisando la heladera, decidió cocinar algo de carne asada con patatas. Pronto comenzó con su tarea y se alegró de que, en unos largos treinta minutos, nadie osara a molestarla. Sin embargo, aquello no duró más que eso: treinta preciosos minutos.

-Eso huele muy bien -apuntó la voz de Edward, Bella se volvió para verlo sentado en la pequeña mesa que había en la cocina.

-Gracias -murmuró, comenzando a lavar las cosas que había usado. La mirada de Edward en su nuca resultaba algo completamente molesto, pero la muchacha intentó ignorarlo, siguiendo con su labor. Agradeció cuando la pequeña Alice bajó, una media hora después, incitada por el aroma de la comida, que ya podía sentirse con intensidad.

-Eso sí que da hambre -apuntó la jovencita- ¿Falta mucho para comer, Bella? - La muchacha negó, con una amistosa sonrisa.

-No, en cinco minutos estará listo. - Efectivamente, así fue, y pronto pudieron comer lo que la joven niñera había preparado. Entre halagos por parte de los hermanos —sinceros, por parte de Alice; cargados de doble sentido, por parte de Edward; Bella pudo notarlo al instante—, los tres terminaron de cenar. La muchacha estaba llevando los platos al lavadero, cuando el timbre resonó por la casa. Alice saltó de su silla y salió disparada hacia la entrada. La castaña joven, que aún seguía fregando, pudo escuchar las alegres voces provenientes del recibidor. Pronto las conversaciones comenzaron a hacerse más fuertes. Bella se volvió, para encontrarse con Esme, quien lucía una enorme sonrisa en su rostro, y la pequeña Alice abrazada a ella.

-¿Todo bien, querida? -preguntó amablemente la mujer. Bella asintió con una sonrisa, intentando borrar algunos hechos de su mente.

Finalmente, después de acordar con Esme que iría al día siguiente a la misma hora y de que la mujer le pagara el bueno salario que le había prometido, Bella se dirigió a la puerta, con la clara intención de salir y buscar un taxi; sin embargo, su nueva jefa la detuvo al instante.

-Oh, no, no te dejaré irte en un taxi a estas horas - expuso rápidamente Esme - Carlisle no ha llegado, pero Edward puede llevarte.

El aludido, que, muy entretenido, miraba la televisión, alzó la cabeza y parpadeó varias veces.
-Edward, querido, ¿podrías llevar a Bella hasta su hogar?

La sonrisa ladina se pintó en los labios del muchacho, mientras se ponía de pie.
-Por supuesto.

Murmurando inteligibles cosas entre dientes, Bella salió de la casa. Detrás de ella, salió Edward, quien se había retrazado buscando una chaqueta. Cuando llegó, la muchacha lo esperaba, apoyada contra la puerta del copiloto.

-Parece que tendrás que volver a subir a bordo del «automóvil endemoniado» -bromeó Edward, mientras le abría la puerta.

Bella lo fulminó con la mirada, antes de acomodarse dentro del vehículo. Edward simplemente se carcajeó y se acomodó frente al volante. Mientras tarareaba la canción que pasaban por la radio, salió de la casa y comenzó a conducir con velocidad por las calles de la ciudad. Bella sólo pudo aferrarse al asiento, mientras intentaba concentrarse en lo que debía hacer cuando llegara a su casa; incluso cuando los árboles, desde el exterior, intentaban recordarle que iban a una velocidad descomunal. Por medio de extrañas señas, Bella le explicó al muchacho donde quedaba su apartamento. Cuando llegaron a la puerta del mismo, Edward se detuvo de una violenta frenada.

-¡Dios, alguien debería quitarte esa licencia! - exclamó Bella - ¡Eres un peligro para la humanidad estando frente al volante! - Edward soltó una risotada, llena de despreocupación.

-Te aseguro que soy mucho más peligroso haciendo otras cosas -respondió, alzando las cejas, con una clara insinuación. Bella rodó los ojos.

-Gracias por traerme -dijo la joven secamente, bajándose del auto. Edward, que tenía la ventanilla abierta, asomó la cabeza.

-Cuando quieras -replicó - Y, si necesitas compañía, tampoco dudes en pedírmelo.

-¡Sigue soñando, Cullen! -gritó la muchacha, con exasperación, antes de cerrar la puerta de entrada. Se dirigió al ascensor y llegó hasta su piso, donde se dirigió hasta su apartamento. Una vez que ingresó, prendió las luces, dejó sus cosas sobre una silla y se dejó caer sobre el sofá, sintiéndose realmente cansada. Aquel trabajo se iba a convertir en un verdadero dolor de cabeza, pero no podía rechazar tan buen salario por unas horas. Necesitaba el dinero y, por él, debía aceptar las consecuencias. En este caso, los diabólicos hermanos Cullen. Suspiró y se puso de pie, dispuesta a acabar con sus tareas e irse a la cama. Estaba agotada.

La mañana siguiente, repitió la rutina de todos los días, hasta que llegó el almuerzo. Angela y ella se dirigieron nuevamente a los exteriores del campus, aprovechando el sol que asomaba entre las copiosas nubes blancas. Se acomodaron sobre el césped y, entonces, la joven Webber sonrió ampliamente a su amiga.

-Entonces, cuéntame - pidió - ¿qué tal esa pequeña niñita?

Bella rió nerviosamente, para luego alzar los ojos al cielo. Claro que, si reía, era sólo para no llorar.

-La «pequeña niñita» resultó ser un demoníaco duendecillo de la moda  -explicó Bella - y tiene un hermano…

-Oh, ¿otro pequeño? -preguntó Angela, emocionada. Bella torció el gesto.

-No… exactamente - respondió, con voz titubeante - Es un muchacho de diecisiete años.

-¿¡Qué!? - preguntó la joven Webber, alzando las cejas - ¿Cómo que diecisiete?

-Sí, como lo oyes - contestó Bella, con pesar, mientras hacía una mueca -  Y parece que el «pequeño» tiene las hormonas algo… revolucionadas. - Angela sólo soltó una fuerte carcajada.

-¡No me digas que ha intentado algo contigo! - exclamó.

-¡Oye, no es gracioso! - exclamó Bella, golpeándole un brazo - Las cosas se volverán una locura.

Angela no pudo hacer más que volver a reír. Bella le comentó a la muchacha cada uno de los intentos de Edward por seducirla, sus comentarios, sus múltiples novias y su extremada arrogancia. Angela, que estaba terminando la ensalada que había comprado, volvió a reír con ganas, arrancándole una sonrisa al rostro serio de Bella. Después de todo, la situación era catastrófica y desesperante… pero patéticamente graciosa.

-Suena como todo lo que tú aborreces - comentó Angela, con una pequeña sonrisa de lado.

-Lo sé, es una pesadilla… - aseguró Bella y se puse de pie - pero, si no me voy ahora mismo, me echarán de una patada -alego.

-Suerte con ello -le deseó su amiga, antes de que comenzara el camino hacia «la boca del lobo». El trayecto no fue tan corto aquella vez, ya que había decidido manejarse con el transporte público. Después de unas cuantas vueltas por la ciudad, consiguió que el autobús la dejara cerca de la casa de los Cullen. Caminó un pequeño tramo, hasta que se encontró frente a la magnánima construcción. Tocó el timbre y pronto apareció Esme, con una sincera sonrisa en su pálido rostro.

-¡Bella, que bueno tenerte aquí!

-Muchas gracias -respondió Bella - y felicidades - agregó, recordando que ese mismo día era su cumpleaños. La mujer sonrió, en signo de agradecimiento. Después de algunas rápidas indicaciones, la señora Cullen salió de la casa, alegando que debía apurarse si quería estar de vuelta para la hora de la fiesta que su familia estaba preparando. Poco fue el tiempo que transcurrió antes de que Alice apareciera dando saltitos por la sala, con una amplia sonrisa en sus labios.

-¡Buenas tardes, Bella! -exclamó con alegría.

-Buenos tardes, Alice -respondió con una sonrisa.

Bella, entonces, sintió que su atención se desviaba al atuendo de la pequeña: traía una llamativa blusa amarilla, combinando con unos zapatos bajos del mismo tono, y unos pantalones negros completaban el conjunto.

-Estás muy bonita -comentó la joven. Alice sonrió, mostrando todos sus blancos y brillantes dientes.

-¿De verdad? -sonrió con alegría. Bella asintió. Entonces, se dio cuenta de que todo estaba demasiado tranquilo, demasiado perfecto para ser real. Miró a Alice, frunciendo el ceño.

-¿Dónde está tu hermano? - preguntó.

-Está todavía en la escuela - explicó, tan rápido que a Bella le costó entenderla - Tenía una práctica intensiva de baloncesto o algo así… vendrá más tarde y traerá a sus amigos.

Bella asintió, con un pesado suspiro. Tan sólo esperaba que los muchachos en cuestión no fueran tan… excéntricos como el primogénito de los Cullen. La joven Swan se dedicó a terminar algunos trabajos de la universidad, sentada en la mesa del comedor, mientras Alice iba de aquí para allá: llevaba globos, manteles, adornos y un sin fin de cosas coloridas. Al parecer, el lugar elegido había sido la sala, ya que veía ir y venir a la pequeña muchachita, transportando mucho más de lo que cualquier otra niña podría.

-¿Necesitas ayuda con eso? - preguntó Bella, al ver que llevaba un largo y colorido cartel. La pequeña asintió y, con un gesto de la cabeza, le pidió que la siguiera. Bella cerró sus libros y los acomodó a un costado de la mesa, para luego ir detrás de Alice. Cuando llegó a la sala, la joven niñera se sorprendió de lo colorida y decorada que se encontraba: los muebles, por alguna mágica razón, ya no se encontraban allí; sólo había quedado una larga mesa, rodeada por adornos, y el equipo de música.

-Bella, ¿podrías ayudarme a colgar eso? - pidió la pequeña, señalando el cartel y luego una pequeña escalera - Yo no llego.

La joven hizo una mueca, pero finalmente aceptó. Con cautela se subió a la escalera, fijándose en pisar bien cada uno de los pequeños peldaños. Le pareció escuchar el motor de un auto mientras Alice le pasaba el cartel, y supuso que Edward ya había llegado a casa. Desde abajo, la niña le dio indicaciones, enseñándole donde quería que colgara el enorme letrero. Bella consiguió enganchar la primera punta y, cuando estaba alcanzando la segunda, tuvo que estirarse un poco más. Claro, no esperaba que la escalera terminara allí. Se preparó para caer, pero unos fuertes brazos la atraparon en el camino. Alzó la vista, tan sólo para encontrarse con unos risueños ojos miel.

-Buenas tardes - comentó alegremente un joven enorme, con un simpático rostro infantil - Soy Emmett McCarthy, a tu servicio siempre que quieras caerte.

Unas risitas la distrajeron, mientras el muchacho la bajaba. Con las mejillas sonrosadas, vio como Edward se reía disimuladamente; a su lado, se encontraba un joven desgarbado y casi tan alto como él, con el cabello rubio y unos profundos ojos azules.

-Jazz, esta es Bella Swan, mi niñera - comentó burlón Edward, mientras la señalaba con el pulgar. Luego, apuntó al joven rubio - Este es Jasper Whitlock.

-Encantada - refunfuñó Bella, haciendo que Emmett soltara una carcajada. En aquel momento, la muchacha se dio cuenta que el joven de cabellos oscuros le sacaba más de una cabeza y media en altura.

-Ha quedado todo muy bien, Alice - comentó Jasper, girando su cabeza para poder ver bien la amplia sala.

-Muchas gracias - respondió la pequeña, con las mejillas sonrosadas. Bella miró la escena extrañada. ¿Acaso alguien tenía el poder de intimidar a la alocada y desinhibida Alice Cullen?

Los jóvenes pronto desaparecieron del piso inferior, dirigiéndose a la habitación de Edward. Bella se encaminó hacia la cocina, acompañada de Alice, quien estaba empeñada en realizar un buen pastel para su madre. La pequeña sacó dos preciosos delantales de cocina y le pasó uno a Bella, mientras ella se ponía el otro, comentando algo sobre cuidar la ropa más allá de todo. La joven Swan comenzó a sacar los utensilios y los ingredientes de las diferentes alacenas, mientras Alice conectaba la batidora eléctrica. Siguiendo la receta de algún libro que la pequeña había conseguido, comenzaron a preparar el dichoso pastel de cumpleaños. Cuando terminaron con la mezcla, la pusieron en un molde y Bella se encargó de llevarla al horno. Alice aún se veía radiante, con su atuendo espléndido; la joven Swan, por el contrario, estaba despeinada y con unas cuantas manchas de la mezcla del pastel en el rostro y la ropa. Se dejó caer con cansancio sobre una silla de la cocina, mientras la pequeña Alice salía de la habitación.

-Hm, algo huele muy bien por aquí - comentó la voz de Edward, minutos después, cuando entró en la cocina. Al posar sus ojos en Bella, se le escapó una carcajada. La muchacha lo miró con los ojos entrecerrados.

-¿Qué es tan gracioso? - preguntó, de mala gana. Edward se acercó, con su andar felino, hasta donde se encontraba la joven.

-Tu cara - apuntó simplemente, parándose frente a ella. Bella lo miró, alzando una ceja y dibujando en su rostro una expresión de pocos amigos. Edward, volviendo a reír, flexionó las rodillas para quedar a la altura de la muchacha, que aún se encontraba sentada.

-Es gracioso - repitió, acercándose más a su rostro - porque tienes masa justo aquí… - el muchacho se acercó más y, con cuidado, pasó su labios por el rastro de masa que había quedado en la mejilla de Bella. El contacto cálido, lento y suave de la boca de Edward provocó que la joven Swan soltara un grito ahogado.

-… y algo aquí - prosiguió el muchacho, pasando sus labios por el costado de la nariz de su acompañante. Bella puso una mano en el pecho del joven, sintiendo su rostro arder y su pulso acelerado.  ¡Iba a matarlo!

-Mantente alejado, Edward, sólo eso - pidió Bella, respirando aún entrecortadamente. ¿Por cuánto tiempo había estado conteniendo la respiración?

-Eso sonó a rechazo directo y sin anestesia - apuntó Emmett, con humor, entrando en la cocina. Edward, irónicamente, rió ante la gracia de su amigo, mientras Bella aprovechaba su distracción para ponerse de pie. Alisando las inexistentes arrugas de su ropa, controló el horneado del pastel. Al ver que todavía le faltaban unos minutos de cocción, se apoyó contra la encimera. Ignorando la miradita de Edward, decidió que debía salir de allí cuanto antes. Con velocidad, comenzó a caminar rumbo al baño. Cuando pasó por el comedor, pudo ver a la pequeña Alice, mostrándole a Jasper lo que parecían ser unos figurines. Él observaba las hojas, maravillado, mientras la pequeña iba y venía con sus dibujos.

Después de mojarse la cara repetidas veces, Bella suspiró y se miró en el amplio espejo que cubría la mitad de la pared. Su rostro lucía cansado y unas encantadoras ojeras cubrían la parte inferior de sus ojos. Volvió a suspirar, pensando que ya faltaba poco para su ansiado día libre. Esa noche se iría a casa, descansaría, realizaría su trabajo del sábado y después tendría un bonito fin de semana por delante.

Finalmente salió del cuarto de baño, pensando en la tentadora perspectiva de llegar a su apartamento y dejarse caer sobre su cómoda cama. Miró el reloj, que marcaba las seis y media de la tarde. Sonrió, sabiendo que faltaba poco para que pudiera cumplir su pequeña fantasía.

Bella volvió a la cocina, pero ya no había nadie en ella. Aliviada por el hecho de poder estar sola, esperó algunos minutos, hasta que finalmente pudo sacar el pastel del horno. Feliz por su buen aspecto, lo dejó enfriar un poco y lo desmoldó. Estaba ocupándose de lavar el recipiente donde lo habían horneado, cuando la voz de Alice se escuchó en la cocina. La joven Swan se volvió, para verla ingresar con Jasper. La pequeña lucía un hermoso vestido verde, que Bella supuso que era de su propia creación. Realmente, la muchachita tenía habilidad para ello; el vestido estaba impecable.

-Mira, ya está terminado - comentó alegremente la pequeña. Jasper le sonrió y se acercó al pastel.

-Luce muy bien, Alice - apuntó, dirigiéndole una dulce sonrisa. La pequeña se sonrojó y desvió su mirada.  Bella sólo pudo abrir los ojos, con sorpresa. ¿Allí pasaba lo que ella creía que pasaba?

Se escucharon unos golpeteos en la puerta. Entonces, Alice dio unos cuantos saltitos y salió disparada hacia la sala. Jasper se disculpó con una suave sonrisa, antes de seguirla con paso tranquilo. Bella dejó en libertad un pesado suspiro, mientras terminaba de limpiar. Estaba dispuesta a comenzar a decorar el pastel, cuando el bullicio proveniente de la sala le llamó la atención. ¿Qué demonios estaba pasando para que hicieran tanto ruido?

Con el ceño fruncido, la joven Swan comenzó a caminar hacia la sala. Entonces, cuando llegó a su destino, se quedó de piedra, sintiendo sus pensamientos opacados por el incesante ruido. ¿Cuántas personas había allí?, ¿cincuenta?, ¿cien? No tenía ni idea. Sólo sabía que había demasiada gente.

Con cuidado, Bella comenzó a esquivar a la multitud; sin embargo, un vendaval de color verde la arrastró escaleras arriba. Alice tiró de su mano, hasta que ambas se encontraron dentro de la habitación de la pequeña Cullen. La muchachita comenzó a buscar algo en su armario, hasta que sacó un vestido negro y corto. Bella la observó, alzando una de sus oscuras cejas.

-Es un diseño viejo, pero que me gusta mucho - explicó Alice - No he tenido la posibilidad de que nadie se lo ponga y estoy segura de que a ti te quedará bien.

-¿Para qué quieres que me ponga ese vestido, Alice? - preguntó Bella -  En una hora debo irme a casa -calculó.

-Oh, no, tú te quedarás a la fiesta - aseguró la pequeña tozudamente, pasándole la prenda- Ve y ponte esto, que luego te arreglaré un poco el cabello.

Ni siquiera tuvo tiempo para protestar; la pequeña la empujó dentro del baño y Bella, después de murmurar una serie de insultos para sí misma, decidió que lo mejor que podía hacer era ponerse el bendito vestido. Quizás hasta tendría suerte y podría escaparse por la parte trasera de la casa sin ser vista. Cuando acabó de ponerse la prenda, que le parecía corta e incómoda, salió de la habitación, donde Alice ya la esperaba con un par de zapatos. No quiso siquiera preguntarle de dónde los había sacado; después de todo, no quería saberlo. Además, el hecho de que no eran demasiado altos fue suficiente para que se quedara con la boca cerrada. Quizás, si decía algo, la pequeña haría las cosas más… difíciles. Suspiró, intentando recordarse que estaba allí porque realmente necesitaba el dinero.

La pequeña Alice comenzó a arreglarle el cabello y el rostro, tomándose tan sólo veinte minutos para el trabajo, por más increíble que aquéllo sonara. Estaba terminando de acomodarle unos bucles sobre los hombros, mientras la joven Swan se quejaba, cuando se escucharon unos golpeteos en la puerta. Alice gritó un potente «adelante» y Edward ingresó a la habitación.

-Alice me acaba de llamar papá y dijo que están a diez minutos de… -los ojos verdes del mayor de los Cullen se posaron en la joven, y en sus labios se dibujó una sonrisa ladina-  Wow, Alice, tendrías que haberme avisado que estabas encerrada con una señorita tan… hermosa.
Bella se sonrojó, sin saber a ciencia cierta si era por coraje o por vergüenza, mientras la pequeña rodaba los ojos.

-No quiero ver tus intentos de ligue con Bella - apuntó Alice, como si estuviera hablando del clima - Voy a ver si abajo todo está en orden, los dejo - agregó. Acto seguido salió de la habitación. Cuando la puerta se cerró, la sonrisa torcida de Edward se ensanchó. Traía puestos una camisa verde, algo abierta, y unos pantalones de vestir. Lucía como esos chicos perfectos de las series de televisión. Bella soltó un suspiro frustrado, sabiendo lo que se vendría.

-Deberíamos bajar - apuntó la muchacha casualmente. Edward se acercó más a ella, haciéndola retroceder por instinto, hasta que chocó contra la ventana. El joven siguió avanzando, hasta aprisionarla contra ella. Con los brazos a los costados del cuerpo de Bella, acercó más su rostro al suyo. La muchacha, quien no podía retroceder más, consideraba seriamente la idea de abrir la ventana y tirarse por ella.

-No creo que nos necesiten todavía allí abajo - apuntó, acercando un poco más su rostro. Sus narices casi se tocaban, por lo que Bella giró la cara unos noventa grados a la derecha.

-¿Siempre eres tan… acosador? - preguntó, molesta, sin siquiera volverse para mirarlo. Edward, sin decir una palabra, se inclinó y depositó un largo y lento beso sobre el pálido cuello de Bella. La muchacha abrió los ojos, estupefacta, mientras sus manos se aferraban al alfeizar de la ventana. Segundos o minutos después, no sabía con exactitud, los labios de Edward se separaron de su piel, sólo lo suficiente para poder hablar:

-Sólo cuando realmente vale la pena - susurró, con su aliento golpeando contra su cuello. Después de dedicarle una galante sonrisa, salió de la habitación, dejando a Bella aún con las manos fuertemente apretadas contra la ventana. Su respiración era entrecortada y sentía como su corazón latía de forma violenta dentro de su pecho.

¿Acaso Edward Cullen quería volverla loca?

-Recuérdalo, Bella, recuérdalo, realmente necesitas ese dinero - murmuró, intentando convencerse a sí misma, mientras salía de la habitación.  Si mataba al chico que debía cuidar por acoso… ¿podían meterla en prisión? Suspiró con cansancio. Necesitaría mucha fuerza de voluntad para seguir en aquella casa.

¿Podría pedir un poco como regalo atrasado de cumpleaños?

6 comentarios:

María León dijo...

jajajajajaja Edward si que es diferente en esta historia, pero igual de encantador. Tu escribes esta novela?

Cruz de plata dijo...

Me gusta!!! :) felicitaciones por esta historia esta increible.
Pobre bella teniendo que soportar a edward y alice, aunque en realidad es muy diferente al edward del libro jajaja

María Laura. dijo...

wow! esta genialoso! xd, me encanta como Edward acosa a Bella, es tan gracioso... siguelo! esta super bueno

Carolina Gómez dijo...

Oh mi Dios!, me encantó!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Me EnCaNtA!!! POrfa poRfa porFa cuelga el siguiente o me volvere lOcA, espera...y lo est0y! haha

En fin, me hago seguidora tuya, vale? :)

Y si tienes un rato te importaria pasarte x mi blog? Me gustaria contar con tu opinion :)

Muacks

Lulee dijo...

Me Encanto! Pobre chica ! edward la va a volver loca